Músicas de más acá y más allá

domingo, 21 de marzo de 2010

Los hermanos Carvajales

Existen muchos rincones para ver unas magníficas vistas de la ciudad de Granada y concretamente de su monumento más conocido, la al-Hambra.
El llamado mirador de Carvajales, es uno de los lugares preferidos para aquellos que buscan un lugar más acogedor y menos masificado como sería el caso del conocido mirador de San Nicolas, donde fue llevado Bill Clinton para ver la impresionante panorámica de la al-Hambra.
Es normal que el nombre de Carvajales caiga en el olvido, cuando lo primero que a uno le viene a la memoria cuando escucha dicho nombre es el mirador y sus vistas.

Juan Alfonso de Carvajal y Pedro Alfonso de Carvajal, Maestres Comendadores de la Orden de Calatrava, sirvieron al rey D. Fernando IV de Castilla en su lucha contra los moros. Cayeron en desgracia y serían ejecutados por el propio rey al que sirvieron, sin juicio y sin escuchar sus súplicas.
El P. Mariana, jesuita nacido en el s. XVI, fue un incansable crítico del tiranicidio, en su obra, Historiae de rebus Hispaniae libri XX, relata los hechos de la siguiente manera:

"Allí (en Martes) sucedió una cosa notable. Por su mandado dos hermanos Carvajales, Pedro y Juan, fueron presos. Achacábanles la muerte de un caballero de la casa de Benavides que mataron en Palencia al salir del Palacio Real. No se podía averiguar quién fuese el matador; por indicios muchos fueron maltratados. En particular estos caballeros, oído su descargo, fueron condenados de haber cometido aquel crímen contra la Majestad, sin ser convencidos en juicio ni confesar ellos el delito; cosas muy peligrosas en semejantes casos. Mandáronlos despeñar de un peñasco que allí hay, sin que ninguno fuese parte para aplacar al Rey, por ser intratable cuando se enojaba y no saber refrenarse en la saña. Los cortesanos por saber muy bien esta su condicion, se aprovechaban della, á propósito de mal finar y derribar á los que se antojaba. Al tiempo que los llevaban á ajusticiar, á voces se quejaban "que morían injustamente, y á gran tuerto ponían á Dios por testigo, al cielo y á todo el mundo." Decian "que pues los orejas del Rey estaban sordas á sus quejas y descargos, que ellos apelaban para delante del divino tribunal, y citaban al Rey para que en él pareciese dentro de treinta días." Estas palabras que al principio fueron tenidas por vanas, por un notable suceso, que por ventura fue acaso, hicieron después reparar y pensar diferentemente. El Rey muy descuidado de lo hecho se partió para Alcaudete, donde su ejército se alojaba; allí le sobrevino una enfermedad tan grande que fué forzado dar la vuelta á Jaen, bien que los moros movían práctica de entregar la villa. Aumentábase el mal de cada día y agrávase la dolencia, de suerte que el Rey no podia por sí negociar. Todavía alegre por la nueva que le vino que la villa era tomada, revolvía en su pensamiento nuevas conquistas; cuando un lunes que se contaban siete días del mes de setiembre, como despues de comer retirase á dormir, á cabo de rato le hallaron muerto. Falleció en la flor de su edad, que era de veinte y cuatro años y nueve meses, en sazon que sus negocios se encaminaban prósperamente... Entendióse que su poco órden en el comer y beber le acarrearon la muerte: otros decian que era castigo de Dios, porque desde el día que fue citado hasta la hora de la muerte (cosa maravillosa y extraordinaria) se contaban precisamente treinta días".
Manuel Bretón de los Herreros, escribirá ya en el s. XIX el drama histórico, Don Fernando el Emplazado, como se le conocerá por lo ocurrido en aquellos hechos del s. XIII.

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